Todo iba como nunca en el Winx
Club. Al fin había paz. No era esa paz inquietante y extraña que
precedía al caos, para nada. Era... era como vivir en un sueño,
como atravesar tormentas, fuego, tierra, huracanes, para acabar en
aquel santuario que nada ni nadie podía profanar. Era felicidad,
pura y enérgica, que inundaba sus vidas por completo.
Hacía diez años habían sido
nombradas como la nueva Compañía de la Luz. Todas habían formado
una familia, el sueño que hace tiempo habría parecido un chiste de
adolescentes. Después de duras pruebas, dolorosas pérdidas y
múltiples transformaciones, habían conseguido la energía final de
las hadas, una transformación personalizada, esencia misma de su
alma, de su poder, de todo lo que eran. El Infinitix. Musa tenía el
Melodix, el poder de los latidos de la música, la magia y el poder
que éstas tenían en todo ser vivo. Layla el Aquatix, la fluida
conexión que daba origen a la vida misma. Flora había conseguido el
Naturalix, su sintonía con el mundo ya no tenía ningún estorbo.
Tecna tenía el Cyberix, un poder cambiante y energizante, que
cambiaba al ritmo de la tecnología. Stella el Luminix, la única
transformación que había logrado competir con su luz interior. El
poder original de Bloom, la Llama del Dragón, tenía su evolución
completa, había llegado a tal punto que el dragón mismo habitaba
plenamente en ella.
Eran poderosas como nadie.
Protectoras, guardianas, sus nombres estaban grabados para siempre en
la historia del Mundo Mágico.
Daphne poseía el Nimphinix, una
transformación conseguida a partir de su poder natural. Además,
Roxy tenía el Angelix, transformación especial de las Hadas
Terrestres, y su graduación de Alfea estaba muy cercana. Las Winx
estaban muy felices. Recordaban todos los momentos que habían pasado
juntas hace tantos años, los buenos y los malos, los aburridos y los
épicos, los divertidos y los tristes. Todos. Les parecían que
habían sido ayer. Y, de tan sólo pensar en toda la vida que tenían
por delante, se ponían a suspirar.
****
Ese día estaban todas en un
restaurante de Magix llamado “Luces gastronómicas” (un nombre
repulsivo, había afirmado Stella). Pero a Bloom le gustaba. La luz
matutina entraba por los amplios ventanales, el aroma a café y
panqueques inundaba el ambiente, y los suaves murmullos a su
alrededor daban la sensación de familiaridad. Por una vez, a Bloom
le pareció que nadie las rodeaba para pedirles fotos, autógrafos o
hacerles mil y un preguntas. Estaban libres, perezosas y alegres.
Platicaban sobre la graduación de Roxy.
- Seguramente habrá una
ceremonia sensacional, Stella – afirmó Musa sin mucha convicción.
- No me importa – replicó la
rubia alegremente mientras se retocaba el maquillaje. - ¡Hay que
hacerle un fiesta! - ahí estaba otra vez, su espíritu fiestero que
los años no habían logrado apaciguar. - ¡A mi pequeña Angie y a
mi nos encanta hacer fiestas!
- No pongas a Angie de pretexto
– exclamó Tecna entre carcajadas. Sin embargo, la idea de una
fiesta se coló en la mente de todas. Puede que ya no pelearan contra
brujas malvadas o bestias amorfas, pero el estrés seguía ahí, y
una simple fiestecita no le haría daño a nadie.
Todas empezaron a dar sus
propuestas de la fiesta que iban desde lo genial (Musa sería la DJ,
Aisha haría una piscina y Flora decoraría) hasta lo extraño
(Stella intentó convencer a todas de disfrazarse de conejitas). Poco
a poco la conversación se desvió, y terminaron por recordar cómo
conocieron a Roxy, y los momentos divertidos que pasaron con ella.
Llevaban un par de meses sin verla, pero no era de extrañarse. Roxy
jamás había sido un miembro formal de las Winx, tal vez su aliada – las separaban
edad, capacidades y personalidad -, pero siempre habían mantenido
una buena relación, incluso cuando Roxy formó sus propias amistades
en Alfea y se distanciaron un pocof.
Escuchando sólo a medias, Bloom
se sentía inquieta. Su largo cabello estaba descuidado, ojeras se
marcaban en su pálida piel como moretones, incluso había bajado de
peso. La causa de todo esto la tenían sus noches en vela. Meditaba
sobre las inoportunas visiones y pesadillas que había tenido desde
hacía unas semanas, que, por más curanderos y remedios que hiciera,
no desaparecían. En todas veía lo mismo: una gran explosión
cegadora que destruía todo, incluso la Tierra. Entonces, como si se
rebobinara, la Tierra, solamente la Tierra, se volvía a formar.
Luego aparecía la silueta de un grupo de guerreros, mas o menos una
docena, liderados por una figura que a Bloom le parecía extrañamente
familiar. Luego veía a las Trix – ellas todavía la perseguían en
sus sueños, eso ya lo había aceptado -, quienes la rodeaban y le
susurraban "no podrás protegerla". La pesadilla se repetía
una y otra vez, toda la noche, hasta que el pánico hacía despertar
a Bloom. Algunas veces la pesadilla había sucedido como una visión,
en pleno día.
No le había contado a nadie de
esto, le parecía demasiado íntimo y extraño. Normalmente le diría
a Daphne, ella sabía de esas cosas, pero en ese momento su hermana
estaba muy lejos, cuidando de su tercer embarazo. Bloom no quería
agobiarla aún más.
Después de una larga
conversación para organizar la fiesta, se despidieron a toda prisa
al darse cuenta de la hora. Ahora, Layla, Stella y Bloom eran reinas,
tenían un planeta entero bajo su mando. Eso no hacía que las demás
estuvieran menos atareadas; entrevistas, vida familiar, programas de
apoyo, discursos. EL espectáculo llenaba sus vidas.
Después de un agotador viaje en
la nave real, Bloom llegó a su palacio, el que había pertenecido a
su familia desde hace tanto, el que sus padres le habían dejado
después de morir. Inmediatamente se fue a dormir, aunque no era tan
tarde y su hija mayor Marion estaba de un humor de perros que
requería atención inmediata. Sky también se había ido a dormir,
así que se acurrucó con mucho cuidado junto a él sin despertarlo.
Su cabeza cayó en cuanto se acostó. Se sentía muy agotada por
todas las visiones, era como si le robaran su energía, como si le
chuparan la vitalidad. Pero esta vez tuvo suerte. Antes siquiera de
que empezaran, su pequeña hija Faragonda – a la que llamaban Fara
-, la despertó con un chillido de terror.
Al instante Bloom y Sky saltaron
de la cama y acudieron a toda prisa al cuarto de su hija menor. Su
hijo Oritel también acudió, con sus rizos rojos despeinados y la
mirada adormilada. Se quedó en la puerta mientras sus padres
entraban.
Fara estaba sentada a los pies
de la cama, temblorosa y pálida. Clavó los ojos en sus padres y
comenzó a hablar.
- Mamá – dijo. Su voz sonaba
extraña, como si viniera de muy lejos. Ignorando las preguntas de
Sky, Fara siguió relatando su sueño. - Las vi...a las Winx y a
ti... peleando contra muchos monstruos, feos y malos, y ustedes...
perdían. Y..., yo... también... mo-moría, mami... ¿Que va a
pasar? ¿Nos vamos a morir? -Entonces comenzó a llorar. El corazón
se Bloom se conmovió enseguida.
La pareja se miró preocupada.
Se decía que los descendientes de la Llama del Dragón tenían
visiones del futuro. No se tomaron ese sueño a la ligera, no valía
la pena dejarlo pasar. Ingresaron a la enorme biblioteca del palacio
y convocaron una reunión de emergencia con todos los sabios de
Domino. Pasaron la noche en vela sin encontrar respuesta alguna. Al
final, Sky tuvo que regresar a Eraklion, ya que estaban negociando un
tratado de paz con otro planeta. Esto se estaba volviendo un
problema; ninguno de los dos parecía dispuesto de dejar atrás su
reino, y ahora pasaban mucho tiempo distanciados.
Aún en pijama, Bloom fue al
balcón de su alcoba, y recordó el cielo de la Tierra con tristeza
mientras se sentaba en una hamaca. Ese balcón, de entre todos los de
el Palacio, era su favorito. Tenía una vista hermosa, más aún en
aquel esplendoroso amanecer, y sus adornos eran muy bellos. Además,
tenía un significado especial para Bloom. Ahí, Sky había
pronunciado las palabras de amor que ella recordaba con tanto cariño,
las que habían sellado su relación para siempre. Ahí, Bloom le
había dicho a Sky que esperaban un bebé. Ahí, Daphne le había
expresado a Bloom su deseo de que ella no fuera la Reina, sino su
hermana menor. A nadie le importaba mucho ese balcón, pero a Bloom
le gustaba sentarse ahí a pensar.
Observó cómo el sol se abría
paso por el cielo. Deseó tener su fuerza, su luz. Extrañaba ser una
chica común, extrañaba su joven agilidad, sus sueños de niña, su
torpe boca e inseguras manos. Extrañaba a Mike y a Vanessa, y a
veces pensaba que si tenía la fuerza suficiente podría verlos.
Extrañaba al planeta que la crió por 16 años, cuyas hadas las
habían apoyado, y ahora, completamente inalcanzable. Extrañaba los
animales terrestres, las flores normales y sencillas y su vida civil.
Hacía cuatro años, en su
batalla con la Reina de las Tinieblas habían cerrado el portal
terrestre, para salvar al planeta. Había sido la única opción, y
aún así, Bloom había sentido que una parte de ella había sido
rebanada. No volverían a ver a la Tierra nunca más.
Una voz rompió la tristeza.
- ¡Reina Bloom! - exclamó su
dama de compañía, Rosalyn, mientras entraba y le echaba una manta
encima a la pelirroja. - Por todos los brujos, mire que andar a estas
horas de la madrugada afuera. Vamos, entre, entre. Póngase una
manta, en el nombre de Merlín. Ah, y, una cosa. La princesa Roxy le
recuerda que la graduación es hoy.
¡La graduación!
- ¡¡Es cierto!! - exclamó
mientras corría hacia su armario, buscando ropa adecuada y cómoda.
Ya le pediría a Stella que la arreglara en el camino. Se sintió
culpable por haberse olvidado de la fiesta mas importante de su
amiga, y en lugar de eso, estar extrañando un planeta que no
volvería a ver. - Rosalyn, por favor dile que voy en camino.
- Enseguida, mi reina -respondió
la mujer educadamente saliendo del cuarto.
Vestida con unos jeans, camisa a
cuadros y tenis cómodos, se preparó para salir. Al abrir la puerta
se encontró nada más y nada menos que a su hermana Daphne, vestida
con una ropa similar a la de ella y mirándola como si la hubiera
pillado in fraganti. Su
enorme barriga la hacía ver graciosa, como si sus delgadas piernas
apenas pudieran sostener su peso.
- No pensabas irte sin mi, ¿o
sí, hermanita? - preguntó antes de que Bloom le preguntara qué
hacía ahí. Debería de estar en Magix, con Thoren.
- ¡Daphne! - le dio un abrazo a
su hermana y trató de sonreír con calidez. - ¡Claro que no! ¡Iba
justo a buscarte! - mintió. En realidad, se había olvidado
completamente de Daphne. Una sensación de culpabilidad la invadió. ¿Cómo es que de pronto se había vuelto tan olvidadiza? ¿Acaso ya estaba envejeciendo?
Tratando de alejar esos pensamientos aterradores, tomó a Daphne de la mano, pese a que su hermana conocía el camino mejor que ella, y la llevó al exterior. Mientras caminaban, Daphne no dejaba de hablar de Thoren, el bebé, y sus vivencias de los últimos días. Bloom fingía escuchar, aprovechando la conversación para examinar a la rubia. Daphne era hermosa. No, no hermosa. Era majestuosa, elegante y orgullosa. Tenía un porte tan digno y noble que daba toda la impresión de ser la reina. Debería serlo. Bloom aún no procesaba del todo la confianza con la que le había entregado la corona, más segura incluso que ella misma. Pero Bloom confiaba en Daphne con toda su alma, y sabía que así sería hasta el fin de los tiempos. Daphne no podría guardarle secretos. Jamás.
De repente, su hermana guardó silencio. Se le quedó viendo con extrañeza y nostalgia, y se detuvo.
-¿Qué sucede? - preguntó, inquiriendo para sus adentros si acaso Daphne no había oído sus pensamientos. Puede que sí. Pese a su confianza y el cariño que le tenía, a veces sí que sentía algo extraño en su hermana. Muchas veces lo asociaba a su pasado, al ser condenada a ser un fantasma, ver a sus padres morir... debía de ser terrible.
-Nada, nada - respondió Daphne sonriendo. - Vamos ya. He traído a las chicas.
Las chicas. Tenían veintinueve años. Eran jóvenes, pero Bloom sabía que habían dejado de ser "las chicas" hacía mucho tiempo. Aún así, el apelativo le gustó.
Al llegar al patio real -grande, verde y hermoso como un jardín de dioses- Bloom soltó una exclamación al ver a todas ahí, charlando animadamente y vestidas con ropa casual. Y la sorpresa no acabó ahí. En un círculo aparte los hombres platicaban de ese modo que tenían ellos, entre alguna que otra palabrota, golpes en la espalda y bromas pesadas. Por un momento parecieron los mismos de hace tantos años.
Después de saludarse, Layla exclamó:
-¡Esto merece una foto!
Todos estuvieron de acuerdo. El momento quedó capturado para siempre el la Magi-Pic de Tecna y Timmy (al que de un par de años para acá habían comenzado a llamar Tim. Bueno, Tecna seguía llamándolo Timmy.)
Unos chillidos alegres acompañados del sonido de pisadas ligeras hicieron a Bloom voltear. Un enjambre de niños corretaban por el jardín, mientras un puñado de adolescentes se apartaba para chismear o para alejarse de los demás.
Flora y Heliah habían tenido gemelos, que eran casi iguales a sus padres. Jason era callado pero dulce, y amaba la naturaleza. Summer era comprensiva y fiel, más abierta que su hermano. Eran adolescentes, y ambos asistían a las academias de magia en Magix.
Skyler y Melody, hijo e hija de
Musa. Melody era la mayor, y tenía el mal carácter de su madre, y
al contrario a ésta, odiaba la música. Skyler era bromista y
alegre, y poseía un talento musical que muchos envidiaban.
Niobe era hija de Layla y Nabu, y Mizu, de Layla y Roy, y Nereida de Layla y Nex. Bloom sabía que la historia de esa familia era difícil, y sin embargo todos permanecían unidos. Niobe era reservada e inteligente. Mizu, de 10 era activa y curiosa y Nereida, de 15 era valiente y decidida. Estas dos últimas eran muy cercanas.
Tecna y Timmy desgraciadamente no podían tener hijos, así que habían adoptado a nada mas y nada menos que a doce chiquillos. Una familia extremadamente grande, a gusto de Bloom. No entendía como se las arreglaban. Del menor al mayor: Sharon, de once; Leoben, de doce; Nyra y Lyra, gemelas, de trece; Skeeter, Larisa y Myra, trillizas, de catorce; Olred, de quince; Lauren y Stephen de diecisiete; Joey de dieciocho, y Louis de veinte. Era una gran familia, de eso no sabía duda.
Angelina (Angie) era la hija única de Stella y Brandon. Era una copa de su madre, pero un poco de moderación heredada de su padre. Era una niña de diez años muy mona, parlanchina y preguntona.
Fara era la hija menor de Bloom y Sky, la única que se encontraba presente. Los otros dos se encontraban de excursión, y no podrían acompañarlos. Marion, la mayor, era como una bomba atómica que podía explotar en cualquier momento. Oritel se tomaba todo a broma, y siempre sonreía. Fara era dulce y tierna, algo chillona, quizás.
Subieron a la nave entre risas y cotilleos, acomodándose en el amplio espacio. Los pequeños fueron al cuarto de juegos, y los mayores a la sala de televisión. El ambiente irradiaba alegría, una alegría infantil, casi absurda, que Bloom disfrutó como gotas de miel en su paladar.
¿Listos?- preguntó Tim (Bloom siempre pensaría en él como Timmy), mientras encendía los motores y sonreía abiertamente.
¡Sí!- exclamaron las Winx a la vez mientras hacían una ola con los brazos.
Y en ese momento, de risas, bromas y tanta alegría, Bloom se olvidó de todas sus pesadillas y temores. Se sintió segura y confiada, rodeada de los seres que ella mas amaba.
Sintió que nada podía perturbar esa felicidad.
****
Debería de haberlo pensado.
4 comentarios:
me encanta! cap 2!
Me encanta. Suena interezante ¿cuando publicas el otro?
Me encantó!
FloraFlower
No lo se, cuando me llegue la inspiracion, jeje. Gracias.
Publicar un comentario